¿Seré yo, Señor?
Saliendo de la reunión de pauta en TVN, coordiné con mi partner David Bulhoes (@dburrutia) para ir por un sangurucho. Como mi compadre sigue la dieta “paleo” (básicamente, pasto y carne jajaj, “pero con respeto”), no pudimos ir a la Fuente Alemana y él me recomendó que fuésemos a La Mensajería. Bien “cara de palta” su consejo, dado que él nunca había ido, pero para qué andamos con cosas. Vamos no más, si yo prendo hasta con agua. Por mi parte, ya conocía el lugar, pero quería darle una segunda oportunidad porque mi primera visita no fue de las mejores.
Al llegar, nos llevamos una excelente impresión del local: más limpio y brillante que los dientes de Pepe Cortisona, ordenadito y taquilla como pocos. Además, mis expectativas estaban en las nubes porque sabía que servían los sándwiches en dobladitas, ese exquisito pan chileno con harta manteca, que se caracteriza por estar hecho de la misma masa que las empanadas (o muy similar).
Analizando la simple carta de cuatro opciones “sanguchísticas”, me fui por el de sobrecostilla. Para acortar la espera, nos trajeron unos crujientes y frescos chips tipo las “Tika” con una salsita de ají verde. Por suerte era un canastito pequeño, porque estaba tan rico que me hubiese comido un barril completo.
Todo bien hasta aquí. Feliz, esperando mi sánguche. La “Famosa Sobrecostilla”. El mismo que me pedí en mi primera visita.
Se dice que no hay primera sin segunda, y tenía toda la fe en que ahora me fuese con una sonrisa. Pero ¡PAF! Solo me llevé una cachetada en seco. Dura. Firme. Justo en medio de mi cara. No pude encontrar el mágico sabor de las dobladitas, y volvía a quedar triste después de visitar este local.
¿Qué me pasa?
¿Seré yo, Señor? – me pregunté.
¿Cómo puede ser que un lugar tan afamado y con tantas buenas recomendaciones en internet, no pueda si quiera llevarse dos narices de chancho?
¿Seré yo, Señor, por pedir en dobladita en vez del pan amasado que me recomendó el mesero?
¿Seré yo, Señor, por pedir un sánguche en un lugar que es famoso por sus empanadas?
¿Seré yo, Señor, por insistir con el de sobrecostilla en vez de probar, quizás, el de salmón o el de pollo?
Yo les voy a explicar por qué me fue tan mal.
Para que se hagan una idea, me di cuenta que tenía ají verde solo cuando me senté a escribir esta crítica, horas después de haberme comido el sándwich. Si no leía la carta, ni me daba cuenta. Cueck. Pero esto sigue. Porque algo parecido me pasó con el queso (el ingrediente que me hizo elegir este sándwich): les prometo que tuve que buscar entremedio de los ingredientes a ver si encontraba algún rastro de ese queso de campo que sonaba tan rico. Pero me fue difícil. Si no había en stock, cosa que dudo, hubiese preferido que me lo dijesen y le poníamos cualquier otro ingrediente. ¿Quieren que pare? ¿Quieren que siga? Pues sigo. Y ahora llego al punto más importante de todo: estaba “más seco que escupo de momia”. Y no lo digo en mala onda, pero les juro que me tuve que tomar la Cerveza Austral Calafate de David además de la mía para poder tragar. Como que me atoraba entre mordisco y mordisco. Me costaba respirar. Me daban ganas de toser tipo “tos de perro”, porque les prometo que a ese sánguche le lloraba una salsa. O por último, ya que viene con mayo, le hubiese puesto el doble, y en ambas mitades de la dobladita (quizás aún así hubiese sido insuficiente). Pero eso es culpar a un ingrediente inocente como la mayonesa, porque la culpa era más de la sobrecostilla que había perdido todos sus jugos.
Ojo. El pan mismo estaba bien. Era correcto. Buena dobladita. Cumplía con lo que uno espera de esa mágica preparación. Lo mismo con el tomate, de buen color y sabor. Pero eso no alcanzaba para salvar al resto del montaje. Parece que la “Famosa Sobrecostilla” había perdido su nombre. Ya no la invitan a los programas de farándula y le retiraron su lugar en el Paseo de las Estrellas de Hollywood.
¿Debí haber pedido empanadas? No sé. Quizás fui justo en un mal día, pero quedé afectado. Las famosas dobladitas que me gustan tanto, me arruinaron el día, y me tuve que ir a mi casa cabizbajo por no haber podido encontrarle la vuelta a La Mensajería. Sí. Debí haberme ido por las empanadas. Pero ni con todo esto le agarraré mala a este pan tan querido. Porque digámoslo: hay pocas cosas más buenas en la vida que una dobladita caliente con mantequilla. Uf, qué rico. ¿Quién me hace una?